La actual emergencia derivada de la pandemia del coronavirus nos recuerda que compartimos un mismo desafío en tanto que seres humanos. Recientemente, se ha considerado la pandemia Covid-19 una experiencia colectiva y traumática (“world perezhivanie”), caracterizada por una crisis sistémica que impacta no solo en nuestra salud, sino también en nuestra economía, política, orden social y, por supuesto, en la educación. Esta situación nos impide postergar más la necesidad aún pendiente de (re)imaginar críticamente el sentido de la educación en el siglo XXI. En este artículo teórico, de carácter propositivo y deliberativo, proponemos dos principios para superar tres sesgos habituales en nuestra compresión del aprendizaje y del hecho educativo. A partir de dichas consideraciones, se describe e ilustra lo que para nosotros significa una educación intergeneracional, personalizada, compartida, conectada y sostenible, basada en una cultura y práctica de los afectos y el acompañamiento, que permita consolidar procesos de mejora y transformación educativa.