“…La educación es fundamental en los procesos de reparación simbólica porque contribuye a una transformación efectiva de las narrativas públicas, particularmente cuando estas son hostiles con las víctimas, o cuando reina el silencio. Sin esto, no existe una reparación y una reivindicación efectiva de los derechos de las víctimas que ayude a curar las heridas de la guerra que han sido bien documentadas en la literatura (Cuenca, 2016;Duque y Lasso, 2016;Gamba-Collazos y Navia, 2017;Hewitt-Ramírez et al, 2016;Villegas, Flórez y Espinel, 2018). El trabajo en memoria histórica también se justifica por el hecho de que, como ha mostrado investigación previa, las realidades sociales y políticas en contextos de conflicto permean permanentemente la experiencia escolar lo que crea la necesidad de articular dichas experiencias para conectar con las vivencias de los estudiantes (Lizarralde, 2012) En este contexto, la memoria histórica se entiende desde una perspectiva cercana a la justicia transicional y, particularmente, a la reparación simbólica de las víctimas (Bevernage, 2016;Herrera y Rodríguez, 2012), aunque no se desconoce el hecho de que esta construcción pasa por reflexiones amplias sobre la justicia social, la movilización política y los derechos humanos (Herrera y Rodríguez, 2016;Plá, 2016).…”