El ictus en la edad pediátrica es una emergencia neurológica infradiagnosticada. Solo se diagnostican en fase aguda el 48% de estos ictus. Con frecuencia el diagnóstico es tardío. Como consecuencia, los supervivientes van a presentar importantes secuelas motoras, cognitivas o del lenguaje. Ante la presencia de signos de alarma de menos de 24 horas de evolución, debe activarse el «código ictus pediátrico». Este protocolo ya ha sido implantado en algunos centros de la red hospitalaria nacional. La clínica de sospecha en el niño es muy inespecífica. Lo ideal sería disponer de un panel de biomarcadores validado para ayudar al diagnóstico. La encefalopatía hipóxico-isquémica neonatal es la patología neurovascular pediátrica en la que más se han centrado los estudios de biomarcadores. La clasificación del ictus es dependiente de la naturaleza de la lesión cerebral (isquémica o hemorrágica) y de la edad del niño: perinatal (entre la semana 20 de gestación y los 28 días de vida) y posnatal (entre el día 28 y los 15-19 años). Los biomarcadores que presentan mayor potencial se relacionan con el tejido nervioso: proteína S100 de unión al calcio (S100B), enolasa neuronal específica (NSE), proteína ácida fibrilar glial (GFAP), ubiquitina carboxiterminal hidrolasa L1 (UCHL-1) y activina A; con el sistema neurovascular: adrenomedulina (AM); con la inflamación: interleucina-6 (IL-6); y con el estrés oxidativo: F2-isoprostanos. Por otro lado, las pruebas complementarias a posteriori, como los paneles genéticos, van a permitir conocer la etiología del ictus.