“…Desde finales de la década de 1960, el feminismo social entró en las universidades (especialmente, de la mano de feministas radicales que accedieron a ellas como alumnas y profesoras) para incorporar a las mujeres a los saberes y hacerlas visibles, pero también para desafiar los fundamentos androcéntricos del conocimiento y de la sociedad tradicionales (Ferrer, 2017), dando lugar a lo que se ha denominado feminismo científico (Sau, 2000) o feminismo académico (Bosch & Ferrer, 2003), que pretende trasladar el compromiso feminista de articular la sociedad, sus leyes y normas en torno a un nuevo contrato social entre mujeres y hombres, a la construcción y transmisión del conocimiento científico. Este feminismo científico o académico se articuló en torno a lo que se llamaron primero Estudios de las Mujeres ( women’s studies ), y, posteriormente, Estudios de Género ( gender studies ) o Estudios Feministas ( feminist studies ) (un análisis detallado de lo que supone cada una de estas nomenclaturas puede consultarse en: Bonilla, 2010; Bosch & Ferrer, 2003; EIGE, 2018; Ferrer, 2017), en cuya base se hallan, precisamente, las contribuciones críticas del feminismo (Barberá, 1998; Flecha, 2010; Meler, 2009; Pilcher & Whelehan, 2010).…”