La lactancia materna se le puede considerar como una actividad profundamente privada e íntima entre madre e hijo, aparentemente natural e innata a los mamíferos y producto de la evolución, que busca la supervivencia de las especies. Como práctica, se da bajo complejos matices de tipo social, cultural, político y biológico y dentro de un marco de derechos que ha hecho que se haya extrapolado del ámbito privado a lo público, en el que participan múltiples actores, así como protectores y detractores.
En el ámbito de la medicalización de la crianza y las acciones de salud pública que tienen lugar dentro de la filosofía de la sociedad de riesgo actual, por ejemplo, se responsabiliza a las mujeres del bienestar alimentario y la salud de sus hijos, en medio de entornos laborales y culturales que, en muchos casos, se pueden considerar como adversos. Se tiene, entre otros, las inequidades de género y las limitadas garantías en el cumplimiento de los derechos laborales. Se suman, además, el bajo apoyo familiar y social que se da a las madres en la realización de labores domésticas y crianza, que se intensifica con la escaza aceptación de la lactancia materna en público. Estos elementos antes anotados se acentúan, a la vez, con poca y baja defensa de la lactancia materna frente al apoyo a favor de la mercantilización desbordada y creciente de sucedáneos de leche materna y otros productos.
Uno de los resultados ha sido que la crianza pase de ser una actividad natural e instintiva a una actividad dependiente del mercado y que, además, va en detrimento del bienestar económico y social de las familias. De esta manera, se invisibiliza la importancia que puede tener la leche materna como el mejor alimento para los bebés, al beneficiar su desarrollo intelectual y disminuir el riesgo de muerte por enfermedades prevalentes de la infancia. Y que se suma como la mejor opción para las mujeres en la disminución del riesgo de cáncer de seno y ovario, diabetes e hipertensión. De forma adicional, la leche materna se define como un producto que fomenta el bienestar social, al ser gratuito, salubre y ecológicamente sustentable, al no depender de procesos industriales para su elaboración, por ejemplo, ni generar desechos.
Sin embargo, los intereses económicos han prevalecido y son las mujeres las que enfrentan las consecuencias. Entre las consecuencias, se tienen: baja protección de los derechos laborales de las mujeres, relacionados con igualdad salarial y licencias de maternidad remuneradas, acceso igualitario a puestos laborales estables y con garantías. Frente a los intereses económicos de la industria de sucedáneos de leche humana que año tras año, facturan miles de millones de dólares es poco lo que se ha podido lograr para controlar su comercialización a pesar de los esfuerzos de instituciones gubernamentales nacionales y del orden internacional, como la OMS. El resultado es la inevitable caída de los índices de lactancia a un alto costo, como la muerte de casi un millón de menores de cinco años al año y de al menos veinte mil muertes de mujeres víctimas de cáncer de mama y ovario.
Por otra parte, están las mujeres que, por una u otra razón, deciden no dar de lactar a sus bebés, a pesar del discurso médico y científico que promueve con fuerza los beneficios de la lactancia y que convierte la práctica de la lactancia como una acción obligatoria y casi como un imperativo moral. Uno de los resultados es que las mujeres que decidan lactar a sus hijos serán calificadas socialmente como buenas madres y, por el contrario, aquellas que no lo hagan serán juzgadas como malas madres. Surgen, entonces, estas 2 preguntas: ¿En qué momento, las madres perdieron el derecho de tomar decisiones autónomas en el proceso de crianza de sus hijos? y ¿cuándo los cuerpos femeninos se volvieron instrumentos y bienes de las políticas de salud pública?
Se hace necesario, por consiguiente, realizar un debate bioético al respecto que dignifique la labor de las madres en el cuidado de sus hijos, independientemente de la forma de alimentación por la que optan y que, además, se les dote de autonomía y se busque disminuir las brechas sociales y de derechos entre los diferentes géneros.
Es prioritario entonces que, como sociedad, se les dé menos importancia a los intereses económicos de unos pocos y se volque la mirada hacia la defensa del bienestar social de los menos favorecidos. Un buen comienzo podría ser el análisis bioético de la lactancia como práctica universal que ha acompañado a la humanidad desde el comienzo de su existencia, pero que se ha visto afectada históricamente por diversos intereses y actores, así como por gestores de movimientos académicos, filosóficos y sociales, y de políticas públicas, que se han enfocado en la diada madre e hijo, es decir, en los protagonistas del comienzo de la vida.