ResumenLa democracia representativa se presenta como un sistema en crisis como resultado de múltiples factores, entre los que se encuentra la falta de legitimación de la ciudadanía hacía sus representantes políticos, así como hacía las instituciones donde se toman las decisiones. Entre las deficiencias del sistema, en los últimos años se están estudiando las dinámicas entre partidos donde se encuentra la tendencia al aumento de la tensión entre opositores. Este fenómeno, caracterizado por el incremento de la distancia social y los sentimientos negativos hacia el partido de la oposición, es estudiado por la Psicología Social desde la perspectiva de la identidad social (PIS) y en la literatura reciente se denomina polarización afectiva. De acuerdo con la PIS, cuando una persona se identifica con un grupo se generan procesos de estereotipación, entre otros, que van configurando una división entre "nosotros y ellos", a través del refuerzo de los sentimientos y conductas positivas hacia el endogrupo y el incremento de respuestas negativas hacia el exogrupo. Estos procesos intra e intergrupales, aplicados al contexto político moderno, suponen la división de la sociedad en torno a las identidades partidistas. Debido a la tensión intergrupal, la polarización afectiva se convierte en un problema que podría agudizar la falta de legitimidad de las políticas que genera el partido opositor y lo que sucede en las instituciones, así como obstaculizar los acuerdos entre partidos, necesarios para la construcción democrática. En el presente trabajo se presenta la polarización afectiva como un problema para la democracia contemporánea, en el marco de la crisis de la democracia representativa, y su posible abordaje -despolarización-en el ámbito de la participación política institucional. Asimismo, se reflexiona sobre el papel de la psicología social en la comprensión de las dinámicas intergrupales que caracterizan las democracias del siglo XXI.