Genocidio es varias cosas al mismo tiempo: 1) un crimen codificado en la Convención de Naciones Unidas de 1948; 2) un término analítico desarrollado por académicos en distintas disciplinas; y, 3) un concepto vernacularizado que adoptan, habitan y despliegan de diversas formas individuos, grupos de víctimas y actores políticos. En los usos del término anida siempre una paradoja que me propongo desgranar en este artículo. Por un lado, permite que quienes sufrieron la violencia se reconozcan, nombren, y se entiendan como parte de una historia común. Facilita la visibilización y articulación de demandas de justicia y reparación al grupo que ha sido objeto de persecución. Sin embargo, en la medida que el crimen genocida conlleva necesariamente la designación de un grupo perpetrador y un grupo víctima, su recuerdo naturaliza y perpetúa en el tiempo las arbitrarias demarcaciones creadas o exacerbadas por los ideólogos y ejecutores de la violencia (por ejemplo: «alemanes» y «judíos, «hutus» y «tutsis», «serbios» y «bosnios»). Este ensayo introduce la historia del concepto y explora sus efectos sobre subjetividades, la transmisión intergeneracional y las relaciones inter-grupales.