Centroamérica, como el resto de América Latina, se ha insertado, durante la década de los 90, en el proceso de globalización.1 En todos los países, se han aplicado programas de ajuste de estructural que, aunque con resultados disímiles, han iniciado el proceso de transformación del modelo acumulativo. En este mismo sentido, han emergido toda una serie de nuevas actividades que insinúan una articulación distinta a la economía mundial. Las denominadas agroexportaciones no tradicionales, la industria de exportación y el turismo serían sus ejemplos más visibles. Pero, igualmente, existe otra inserción a la globalización que no es producto ni de las estrategias empresariales ni de las políticas gubernamentales sino de la propia sociedad centroamericana: la migración laboral transnacional.2 Además se detecta nuevas dinámicas de regionalización como la movilidad de capitales que están definiendo una base centroamericana de acumulación, la ya mencionada migración laboral (en su dimensión intrarregional) y la emergencia de una nueva institucionalidad no sólo supra-estatal sino también de la propia sociedad civil. Por consiguiente, se puede decir que la región se encuentra ante un nuevo momento histórico.Pero este nuevo momento no supone una ruptura radical con el pasado. Si bien la región entra en una etapa económica que pudiera superar el modelo agroexportador tradicional, implantado a fines del siglo XIX, y en una fase política donde los regímenes democráticos, basados en elecciones competitivas, se han generalizado, hay lastres del período anterior. Persisten el empobrecimiento y la desigualdad social aunque hayan cambiado de naturaleza. Para fines de los 90, la pobreza afecta aún a casi un quinto de los hogares en Costa Rica; en torno a la mitad de las unidades domésticas en El Salvador y Guatemala; y a la gran mayoría de las familias en Nicaragua y, sobre todo, en Honduras.3 En este sentido, como hemos argumentado en otro texto (Pérez Sáinz 1999a), lo social es la gran cuenta pendiente de la modernización centroamericana. Es a partir de esta persistencia de la cuestión social que planteamos que el tiempo de la región es aún el de la modernización. Por consiguiente, nuestra propuesta es que América Central se encuentra cruzada por las dos temporalidades, la impuesta por la globalización como la propia suya, y que el actual momento puede ser caracterizado como de modernización globalizada. 4 Insistiendo en esta gran cuenta pendiente, el presente texto quiere ver qué posibilidades de reducción de déficits sociales hay en este nuevo momento de modernización globalizada. Para éllo nos queremos centrar en el mundo del trabajo que constituye, al respecto, un observatorio ideal ya que el mismo representa la principal articulación entre economía y sociedad. Este mundo laboral, como se ha argumentado en otro trabajo, viene signado por tres fenómenos con raíces históricas profundas: generación de empleo insuficiente; persistencia de precariedad laboral;