Las guerras del siglo XIX en América Latina han perdurado en la memoria colectiva de la región hasta el presente. Los conflictos armados no sólo han definido la historia y la política del continente, sino que también han operado en el ámbito simbólico, condicionando las concepciones de género con mayor eficacia que cualquier otra práctica o institución de las naciones recién fundadas. La guerra actuó como una fuerza conservadora que organizó la sociedad en estructuras binarias que determinaban que mientras los hombres luchaban en el frente de batalla, las mujeres debían permanecer silenciosas y pacíficas en el frente doméstico (Higonnet 1993). En lo que William Acree (2013) ha llamado la “economía simbólica de la guerra,” las mujeres participaron en las luchas militares de sus países realizando tareas como la cocina, la costura o la enfermería. Estas actividades contribuyeron a la guerra y, al mismo tiempo, reforzaron entre los nuevos ciudadanos las nociones sobre la naturaleza doméstica del “sexo débil.”