o el perfil de un científico con amor a su tierra L oar de manera imparcial la figura de Don Francisco García-Talavera Casañas no es tarea fácil. Porque desde el momento en que se inicia la escritura de unas líneas que intentan glosar su perfil, fluyen desde nuestro corazón palabras sentidas y sinceras, impregnadas de afecto hacia una persona a la que consideramos no solo un maestro, también un buen amigo, un compañero afable, en su momento jefe atento y humano y un presidente, al frente de Museos de Tenerife, activo y entrañable.Ya desde que nació, allá por el año 1945, en el Santa Cruz de Santiago de Tenerife, aquel Santa Cruz que tanto aman chicharreros y foráneos, con recuerdos de antaño, plenos de chiquillos nadando (incluso compitiendo) muy cerca del puerto; parejas de enamorados paseando en la plaza de la Candelaria o grupos familiares andando -sin prisas-por la calle del Barranquillo, demostró Paco (permítanme esta expresión coloquial con la que siempre nos dirigimos a él en el Museo) curiosidad. Sí, curiosidad que luego se extendió y amplió en su edad juvenil cuando, llevado de su pasión por la naturaleza, comunicó a su familia que quería estudiar ciencias geológicas en la Universidad Complutense de Madrid, lugar donde se licenció en la especialidad de paleontología. Esta primera aventura en la península, lejos de su amada tierra canaria, que Paco relata siempre -nostálgico-como plena de noches de añoranzas angustiosas, oliendo de soslayo el gofio tostado y aromático, que llevaba escondido en su querida maleta como tesoro delicado y enjugando lágrimas huidizas al escuchar por la radio, situada estratégicamente bajo la almohada, folías que tanto le conmueven, le permitió ejercer más tarde -durante dos años-de profesor de geología en la Universidad de Alicante, regresando definitivamente a las Islas, a Canarias, no podía vivir sin ellas… comentaba a sus amigos más íntimos, para ejercer de geólogo marino en el Instituto Oceanográfico de Tenerife, allá por la década de los setenta del siglo XX. Entonces, en el edificio vetusto, angosto y añoso -tan diferente al actual, aunque también poseedor del encanto de otrora-se forjaron amistades nacientes y aún persistentes, ilusiones silentes así como metas pacientes, teniendo la suerte de trabajar con grandes figuras que labraron los primeros caminos de investigación marina canaria, incipiente por entonces, pero con futuro muy prometedor como se comprueba en la actualidad. De esta etapa aún recuerda su participación en numerosas campañas (donde además de ciencia primaba la camaradería) para estudiar fondos marinos de Canarias, Salvajes, Madeira, Marruecos, Sahara, Mauritania o Senegal… por citar solo algunos lugares de los muchos -algunos muy peculiares-que ha visitado Paco a lo largo de su vida. Hoy en día, cómo nos apasiona que nos detalle en tertulias científicas sus peripecias en el Archipiélago de Juan Fernández (mítica isla de Robinson Crusoe) o Santa Helena… obligándonos de manera exquisita a imaginar escenarios llenos de reminiscencias a Daniel Defoe o al in...