Dado que en teoría de la argumentación es común aceptar que las disputas se pueden resolver argumentativamente, se espera que los desacuerdos hallen una resolución argumentativa, por lo general, a partir de creencias de fondo que se comparten. El problema es cómo resolverlos cuando éstos involucran proposiciones constitutivas de marcos teóricos o conceptuales diversos que dificultan y, a veces, imposibilitan una convergencia racional. A partir de un caso, como el del ‘naturalismo filosófico’, se argumenta que hay discusiones que se presentan como negociaciones metalingüísticas pero que involucran desacuerdos profundos, que no tienen por qué ser desacuerdos racionalmente irresolubles e, incluso, pueden llegar a ser beneficiosos. Los filósofos en una disputa pueden mejorar sus teorías incluso si están en desacuerdo, sin que, por ello, necesariamente se obstaculice el diálogo. Se podría considerar que en estos casos se trata de desacuerdos profundos virtuosos.