La disputa por la hegemonía regional ha conducido a los enemigos del modelo de democracia liberal al uso de múltiples estrategias desestabilizadoras que, enmarcadas en los modelos de guerra irrestricta e híbrida y la teoría de la revolución molecular, apuntan a la imposición de sus voluntades y la toma del poder. Estas estrategias caracterizadas por la adopción de medios convencionales y no convencionales en las que se diluyen las fronteras entre lo civil y lo militar, lo doméstico y lo internacional, la protesta social y la insurrección, transgrediendo las normas de la guerra, ponen en peligro la estabilidad de los sistemas de gobierno, la soberanía nacional y los derechos de las sociedades. De tal manera, los vínculos entre Estados totalitarios con grupos armados organizados, organizaciones del crimen transnacional, movimientos insurgentes y organizaciones terroristas configuran un panorama regional de alta volatilidad, incierto, complejo y ambiguo. Desde esta perspectiva, la nueva dimensión de la guerra ya no es territorial y el escenario de la guerra está fundamentalmente en la mente del adversario. No existen fronteras en la persecución y obtención privilegiada de los intereses que ya no son propiamente de los Estados o por lo menos están diluidos y se debaten en el campo de las ideologías y cambios de los sistemas políticos vigentes. El problema radica en que la naturaleza de la guerra cambia esencialmente de lo militar tradicional convencional o no tradicional y obliga a la redefinición de la estrategia operacional que sigue siendo importante en el campo de las ideologías.