RESUMENEste artículo contrasta dos sistemas educativos, el sueco y el español, por presentar rasgos característicos propios desde los que se explica la consecución de logros diversos. Así, la educación sueca dispone de una estructura administrativa descentralizada que concede un alto nivel de autonomía que llega hasta los municipios y centros, descentralización que ha de convivir con las nuevas medidas recentralizadoras, una alta inversión en materia educativa, una estructura institucional que introduce nuevas medidas de control alejadas del modelo sueco de escuela comprensiva, una creciente polarización en los centros docentes, así como un profesorado a quien se le demanda una formación especializada y exigente, atendiendo al nuevo modelo formativo nacido en 2011. La educación española, por su parte, tampoco parece haber resuelto de manera decidida cuestiones nucleares de índole administrativa y organizativa, aspectos a los que se suman una inversión deficitaria, una integración escolar que parece tambalearse de nuevo, así como un profesorado con frecuencia desmotivado, cuya labor no siempre se reconoce debidamente, y cuya formación también asiste a los vaivenes característicos del sistema.