“…Es decir que las relaciones parentales determinan no solo los rasgos físicos y conductuales, sino que involucran el desarrollo social, la personalidad, la proactividad, las alianzas sociales, el cooperativismo y los valores que identifican a las familias, siendo estas habilidades desarrolladas en los procesos de socialización primaria de niños (Decety et al, 2018;Levy et al, 2019). Así, se suman los procesos neurobiológicos, en la imitación que involucra a las neuronas espejo, donde hay que destacar que este desarrollo permite la formación de múltiples conexiones entre las estructuras corticales y subcorticales, permitiendo al sujeto emocionarse con otro, proceso que se puede evidenciar desde el nacimiento, cuando el niño, por ejemplo, responde a los estados emocionales de aflicción de otros, lo que significa aprender a sintonizarse emocionalmente con su cuidador y aprende a 'regular sus emociones', mediante el apego seguro expresado en comportamientos empáticos y altos niveles de interacciones prosociales e interpersonales (Kunzmann et al, 2018;Shoshani et al, 2021;Wong et al, 2021) Algunas investigaciones han develado que a partir del nacimiento son notables las diferencias en los comportamientos sociales en función del género, incluyendo las predisposiciones empáticas y mostrando que las bebés tienen una tendencia a llorar cuando escuchan otro llanto infantil y cuando conectan visualmente con otros rostros y voces (Fausto-Sterling, 2016;Misailidi & Tsiara, 2021). Otros investigadores encontraron que las niñas mejoraban la empatía afectiva y cognitiva de manera paralela con la edad, hasta llegar a un periodo de estabilización a los 13 Graaff et al, 2014;Wang et al, 2021); por esta razón las niñas, puntuaban más alto en empatía y solían tener mayor activación de las neuronas espejo (Gazzola et al, 2006).…”