Aunque suele asociarse desertificación con aridez y erosión del suelo, múltiples estudios en el ámbito mediterráneo han demostrado que en el medio natural las tasas de erosión son bajas, incluso con vegetación escasa. Por otra parte, las zonas áridas albergan una biodiversidad singular y paisajes de gran interés, por lo que algunas constituyen espacios protegidos. En realidad, los procesos que más contribuyen a la degradación y pérdida de productividad natural en ámbitos mediterráneos, especialmente en zonas áridas, son los cambios de uso del suelo, en particular la expansión del regadío, el cual provoca un aumento de las demandas hídricas por encima de los recursos disponibles, generando sobreexplotación de acuíferos y pérdida de manantiales y humedales y su biodiversidad asociada. Los casos analizados en el Sureste Ibérico a dos escalas, local (Mazarrón y Águilas) y de cuenca (cuenca del Segura), muestran cómo la introducción de recursos hídricos externos, con independencia de la eficiencia en su uso, no reduce la sobreexplotación hídrica por la dinámica que se establece entre recursos y demandas, conocida como espiral de insostenibilidad, la cual presenta claras concomitancias con el síndrome general de desertificación. Además, la expansión del regadío en zonas áridas está afectando a ecosistemas que mantenían un buen estado de conservación y una biodiversidad singular ligada a la aridez. Se requiere una transición hídrica que reduzca las demandas hídricas en zonas áridas, lo que incluye la reducción de la superficie de regadío en las zonas en las que ha aumentado por encima de lo sostenible.