For all the euphoria that marked Canadians' reaction to Barack Obama's accession to the U.S. presidency, the Canada–U.S. relationship promises to remain complicated. To make sense of the situation, a sharp distinction must be made between public opinion and the policy orientations of governments. Thus, throughout the Bush years, bilateral relations in key policy areas remained close—and even grew closer—at the same time that hostility of Canadians toward the U.S. administration was extreme. Conversely, several factors—not including broad hemispheric issues, which count for little in the Canada–U.S. relationship—seem likely to dampen bilateral policy enthusiasm through much of Obama's first term, despite his great personal appeal and his better fit near the center of the Canadian political spectrum. Parallel and competing domestic priorities can have adverse effects on bilateral trade, which accounts for a large part of the Canadian economy; the partnership is far from natural between the Obama White House and the Conservative government of Prime Minister Stephen Harper, and while Obama is ramping up U.S. military engagement in Afghanistan, Canada is seeking to get out. Still, Canadians seem ready to absorb important policy differences in the face of what they overwhelmingly believe to be the big picture: that Barack Obama is good for the United States and for the world.
A pesar de toda la euforia que acompañó la reacción de los canadienses en la toma de posesión de Barack Obama a la presidencia estadounidense, la relación entre Canadá y Estados Unidos promete seguir complicada. Para entender la situación, debe hacerse una gran distinción entre la opinión pública y las orientaciones políticas de los gobiernos. Así, durante los años con Bush, las relaciones bilaterales en áreas clave de la política se mantuvieron cercanas—y se acercaron todavía más—a la vez que la hostilidad de los canadienses hacia la administración estadounidense fue extrema. Por otro lado, varios factores—que no incluyen los asuntos hemisféricos, mismos que importan poco en la relación Canadá–EU—parecen desalentar el entusiasmo por la política bilateral durante la mayor parte de la primera gestión de Obama, a pesar de su carisma personal y de encajar mejor al centro del espectro político canadiense. Cabe notar, que las prioridades domésticas paralelas y concurrentes pueden tener efectos adversos en el comercio bilateral, el cual abarca gran parte de la economía canadiense; la convivencia entre la Casa Blanca de Obama y el gobierno Conservador del Primer Ministro Stephen Harper está lejos de ser natural, y mientras que Obama aumenta el compromiso militar en Afganistán, Canadá busca salirse de ahí. Aun así, los canadienses parecen estar dispuestos a absorber las diferencias en políticas importantes ante lo que ellos abrumadoramente creen es el asunto mayor: que Barack Obama es bueno para Estados Unidos y para el mundo.