“…Ahora bien, existe consenso respecto a las profundas implicaciones del juego en el desarrollo infantil (Herranz, 2013;Zamorano et al, 2019), además del importante rol que cumple la familia como agente socializador tem-prano (Campos y Moreno, 2020), pero conviene reflexionar críticamente respecto a la forma en que la actividad lúdica infantil y las familias continúan avanzando y nutriéndose dialógicamente, una vez que los niños y niñas ingresan a la escuela. En este sentido, Sandoval-Obando et al, (2020) y Peña et al, (2021 plantean que los procesos de escolarización arrastran consigo una lógica fragmentaria y anacrónica en torno al aprendizaje y sus dimensiones del conocer, en la que pierden protagonismo los procesos de socialización de los niños, niñas y jóvenes (Carter-Thuillier y Moreno, 2017). Por tal razón, paradójicamente observamos que las posibilidades educativas de los niños y niñas dependerán más bien de la base económica y poder adquisitivo de las familias, teniendo como deriva el crecimiento de las desigualdades sociales (Azevedo, 2016), reflejado en el aumento de los niveles de pobreza, la malnutrición y la desprotección de la infancia (UNICEF, 1993; 2020 y JUNAEB, 2020) y la precarización de los tiempos de calidad al interior de la familia (Chomsky, 2001;Mészarós, 2008).…”