Miguel de Unamuno es un ‘agitador de espíritus’. Así se autodefine uno de los intelectuales más significativos de la historia contemporánea española. En su opinión libre, apasionada y políticamente incorrecta se advierte la subjetividad de quien observa los múltiples factores que impactan sobre la sociedad; entre ellos, el cinematógrafo, un invento que detesta y del que se convierte en furibundo enemigo. Pero su figura, andando el tiempo y de manera paradójica, también va a ser motivo de atención por parte del cine. No solo en cuanto a la adaptación de novelas suyas a la gran pantalla; también su propia vida. Es precisamente la última película de Alejandro Amenábar -Mientras dure la guerra (2019)-, la que nos lleva a plantear una reflexión: ¿tiene el cine la capacidad de redimir y perdonar a aquel irredento que tantas veces se ensañó con el medio? El acercamiento que el director realiza a los últimos meses de vida del pensador vasco contiene una serie de constantes iconográficas y simbólicas que fusionan la realidad histórica de los comienzos de la Guerra civil con la percepción personal de situaciones particulares y la ficción fílmica. Su estudio interdisciplinar contribuirá a trazar vías para responder a esa pregunta.