Los pintores iconoclastas siempre han mantenido que su arte desciende a través de generaciones de Lucas y San Nicodemo. Las fuentes literarias griegas, siriacas, coptas y latinas ofrecen una selección de pasajes que hacen referencia a los iconos. Provienen principalmente del Concilio de Nicea (787). Los estudios de Elliger (1930) y Koch (1917) han marcado la discusión sobre los iconos a lo largo de los últimos cien años. Al mismo tiempo, la gran acumulación de restos arqueológicos ha ido mostrando que aquellos individuos con una visión anicónica, como Clemente de Alejandría o Tertuliano, representaban un círculo reducido de teólogos. La Carta a Constancia de Eusebio no surgió entre sus escritos hasta el s. VIII (787). Las huellas de los cuatro escritos de Epifanio de Salamina que son críticos con las imágenes también surgieron durante el periodo iconoclasta (G. Ostrogorsky). Y como si fuera contrario a todas las discusiones sobre imágenes de Cristo relacionadas con el cristianismo primitivo, el acheiropoietoi mostró a los cristianos el “verdadero rostro” de Jesús, revelado de manera milagrosa por el propio Cristo. Las fuentes literarias hacen referencia a dos tradiciones diferente sobre el acheiropoietos de Edesa (Acta Thaddaei, Doctrina Addaei), que ha sido documentado con el himno siriaco de la iglesia catedral de Urfa (c.550). La popularidad de las imágenes en los siglos IV-VII no podría pensarse sin una larga y previa trayectoria histórica.