Las diademas perladas era uno de los ornamentos que distinguían a las emperatrices romanas a partir del siglo IV. Este trabajo explica que estos elementos no eran insignias de poder, sino objetos que simbolizaban las sobresalientes virtudes de quienes los portaban. En particular, la familia constantiniana usó estas joyas para representar la pertenencia a la dinastía de distintas mujeres, asociadas a un príncipe, ya fuera como madre, en el caso de Elena, esposas, como Fausta o Máxima Helena, o hermana, como Constancia.