Los atentados del 11-S significaron un antes y un después a la hora de entender el terrorismo. Por primera vez, una organización terrorista de base religiosa no solo atentaba contra un país occidental, sino que también utilizaba en beneficio propio las ventajas que proporcionaban las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para cometerlo. Desde entonces, el jihad pasó de ser un fenómeno local a adquirir una identidad global. Las organizaciones de este nuevo tipo de terrorismo (Al-Qaeda o Dâesh) nutren sus filas con individuos que han sido objeto de un proceso de adoctrinamiento y radicalización. Si bien al inicio este se realizaba exclusivamente en un entorno físico (offline), actualmente se observa como el ciberespacio (online) se ha convertido en el medio idóneo. En el caso de España, hace unos años el 80% de este proceso se producía en modalidad offline (mezquitas o centros universitarios), y siempre con la presencia de un agente radicalizador, pero tras la consolidación de las TIC, este porcentaje ha sido reemplazado por el entorno online. El presente artículo persigue un doble objetivo. El primero es ofrecer una explicación criminológica y victimológica al papel que tienen las TIC en el proceso de captación y radicalización jihadista. El segundo es realizar una comparación entre el proceso de adoctrinamiento offline y online.