Las teorías sobre el origen de la vida han centrado su interés en dos premisas. Una con acento metabólico: ¿por qué átomos individuales se unieron mediante fuerza de atracción para originar moléculas con propiedades específicas? Y otra con acento en la aparición de la información celular: ¿por qué estas moléculas tejieron la estructura de una célula para formar organismos independientes con capacidad de replicarse y autorreproducirse? Si bien muchas teorías han desarrollado modelos teóricos y experimentales para hallar algunas respuestas, aún no se ha dicho la última palabra en relación con la aparición de la vida en el planeta. No obstante, la comprensión biológica de un ser vivo parte de una ruta deductiva. La unidad es la estructura y forma externa, visible y macroscópica de cada organismo. Ese todo que se deshilvana en sus partes internas; sistemas que conectan órganos; órganos formados por tejidos; tejidos construidos por células especializadas; células que toman vida por biomoléculas ensambladas; biomoléculas que son construidas por átomos amalgamados mediante enlaces químicos. Del ser macroscópico al mundo microscópico de átomos. Esa infinitamente pequeña estructura atómica o bioelementos que iniciaron todo lo materialmente conocido y lo que falta por conocer. Así que el inmaculado acercamiento al universo material permite comprender el invisible mundo atómico que forjó, en un sustrato acuoso o caldo primigenio, la génesis de sustancias inorgánicas, sales minerales y algunos gases; y sustancias orgánicas que confluyeron en la creación de organismos propiamente dichos. Todos los seres vivos del planeta Tierra están conectados, en lo más profundo de su jerarquía, por bioelementos que se han mantenido más o menos uniformes desde la aparición de la vida.