Como las babas del diablo, o los hilos de la Virgen, la verosimilitud en los textos suele pasar desapercibida hasta que se rompe-como los hilos-o chorrea de más-como las babas. En "Las babas del diablo", el narrador pone en duda esta verosimilitud desde la primera línea: "Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada" (Cortázar 283). Desde este comienzo, nos damos cuenta de que estamos ante la presencia de un narrador metalingüístico que se sale de la página para decirnos cómo intentará contar la historia. Lo hace a veces como un narrador protagonista, es decir, autodiegético; otras, como un narrador heterodiegético disfrazado, ya que sabemos que es el propio protagonista quien narra en tercera persona. Para Keith Cohen, "en cuanto el relato anuncia su funcionamiento, los mecanismos de suspensión de la incredulidad del lector se tornan imposibles" (15-6; nuestra traducción). Entonces, ¿cómo remediar esta ruptura en la verosimilitud? ¿Cómo hacer creíble el relato? Julio Cortázar lo logra con un juego del lenguaje en el que el narrador pasa de la duda a la certeza. En la primera parte del cuento, en la que se narra una historia de por sí creíble-un hombre que camina y toma una foto-, las funciones discursivas causan duda: el narrador tiene un tono incierto, usa adverbios como "quizás" y conjuga varios verbos en el condicional simple del indicativo. Mientras que la segunda parte es una historia más bien fantástica: las figuras fotografiadas están vivas, moviéndose, y, mucho más importante, el narrador transgrede el nivel narrativo al que pertenece. Para hacernos creer lo inverosímil, este narrador usa un lenguaje certero, carente de toda duda. Estamos, pues, ante un juego inverso del lenguaje en el que se crea duda en un relato creíble y certeza en uno fantástico, y esto permite que el lector no note ni los hilos que le amarran ni las babas que le mojan. En la primera parte, el relato aparenta ser sencillo: Roberto Michel, un traductor franco-chileno, camina por las calles parisienses hasta llegar a la rue Quai de Bourbon, donde divisa a una mujer con un chico de unos quince años. En un automóvil cercano, un hombre los espía. La mujer parece estar seduciendo al chico, quien está visiblemente nervioso. Michel conjetura que el chico se siente acorralado y les toma una foto, tras lo cual el chico escapa corriendo. Después, tanto la mujer como el hombre del vehículo-quien también "jugaba un papel en la comedia" (292)-increpan a Michel por haberles tomado la foto. Es un relato plausible que, irónicamente, logra su verosimilitud mediante la constante duda del narrador sobre cómo contarlo. No sabemos si es él quien "verdaderamente está contando" el relato. Además, nos dice que no sabe "si sencillamente cuent[a] una verdad que es solamente [su] verdad" (284), y utiliza con reiteración el adverbio "quizás". En cierto momento, hasta pone en duda la posición temporal del relato: "Ahora mismo (qué palabra, ahora...