“…En gran medida, esta interacción fue posible porque, en otro rasgo que separaba a la política chilena del caso común al resto de América Latina, los partidos chilenos se habían insertado ampliamente en redes transnacionales, principalmente europeas, y muchos de sus líderes eran reconocidos internacionalmente. Cuando el Partido Socialista se escindió en el transcurso de la década de 1980 y la mayor parte de su militancia optó por la llamada 'renovación' , dejando atrás las posturas revolucionarias y antidemocráticas identificadas con el concepto tradicional de socialismo en la Guerra Fría, el eje del apoyo internacional a la mayoría de la oposición chilena se desplazó desde los regímenes comunistas de Europa Oriental a grupos políticos y gobiernos de Europa Occidental (Perry 2019). En estos ambientes, la imagen de la democracia chilena anterior al derrocamiento de Allende y del carácter eminentemente democrático que se le atribuía al proyecto revolucionario de la Unidad Popular aún acarreaba consigo la valoración favorable y hasta cierto punto excepcional que se había granjeado antes del golpe militar de 1973 (Fermandois 2004, 368-373).…”