IntroducciónUn rasgo característico de los mapas industriales contemporáneos es la vigencia de las ciudades y sus entornos como localizaciones predilectas para la mayor parte de las actividades industriales. La industria ya no es el principal motor del crecimiento metropolitano, pero las metrópolis no se desindustrializan (Holz y Houssel, 2003: 238). Por el contrario: «Virtualmente toda la actividad industrial se localiza en los lugares urbanos y sus regiones locales asociadas» (Dicken, 2004: 75). Se ha confirmado, además, que el patrón de localización industrial interurbano es altamente estable y que el descenso de los costes de transporte y telecomunicación no ha ido acompañado de una desconcentración significativa de las actividades industriales, sino de un refuerzo de la localización industrial en las ciudades (Storper y Venables, 2002).Según una hipótesis sugestiva, las pautas de localización industrial en un sistema urbano se relacionan con los atributos típicos y diferenciados de los distintos tamaños de ciudades. Se asume que las grandes ciudades son ventajosas para empresas que buscan economías de aglomeración, mientras que las de tipo medio y pequeño son más atractivas para empresas que buscan bajos costes laborales y de suelo (Polèse y Shearmour, 2004). Pero ¿qué ocurre cuando una gran ciudad ofrece a la vez economías de aglomeración y bajos costes laborales y de suelo? Tal es la pregunta que se plantea en este artículo sobre la ciudad de Zaragoza y su entorno metropolitano, que constituye el espacio más relevante de todo el eje industrial del Valle del Ebro.