La reciente reedición de un libro de David Wengrow dedicado a los “monstruos” en el arte egipcio y mesopotámico del IV milenio a.C. supone una excusa perfecta para discutir el rol de las imágenes en la historia, en las sociedades humanas y en sus interrelaciones. Mientras que su teoría, cognitivista, considera a las imágenes de animales fantásticos apenas como mecanismos de traducción del mundo circundante, otros académicos (entre los que me incluyo) le otorgan al arte y a la imaginación un papel activo en la creación de dicho mundo. En esta oportunidad me gustaría demostrar la utilidad del segundo abordaje para comprender la historia antigua de sociedades con tradición iconográfica antes que escrita. Para ello, discutiré el modelo cognitivista de “transmisión” de este tipo de imágenes impugnando la centralidad que es asignada a las ciudades, y privilegiando en cambio los espacios inter-urbanos como verdaderos ámbitos para el intercambio icónico. Pensar la imagen no como un emblema transmisor de significados, sino como un instrumento para influir sobre el paisaje y modificar lo existente, permite entender mejor las dinámicas de relacionamiento entre diferentes unidades políticas en el pasado a través de la utilización de iconografías compartidas.