“…Esta misma consideración conlleva otra dicotomía ya establecida por Prats (2001): por un lado, la de la historia como saber cerrado, acabado y definitivo, conocimiento que existe como tal, incuestionado, a la espera de ser descubierto por el historiador y mostrado al discente frente a, por otro, la historia como saber abierto, inconcluso y en construcción, en el que existen múltiples versiones, campo de conocimiento científico gracias a la adopción de un método histórico que tiene aspiraciones de objetividad, de encontrar la verdad en la existencia de unos hechos históricos incuestionables y en estrecha relación con su enseñanza y la construcción de los Estados nación europeos (Cuesta, 2011;Pérez Garzón, 2010). Asistimos así a la separación de aquello que hasta entonces había permanecido unido: por una parte, la memoria, el relato de sus protagonistas, que pasaría a formar parte del ámbito de lo subjetivo, lo frágil y perecedero, lo parcial, y por otra, la memoria que se deforma y se fragmenta frente a la historia, objetiva, fundada en las fuentes documentales, crítica, que representa lo duradero, lo imparcial, neutral y científico (Carretero y Borrelli, 2008;Cuesta, 2011). Y esta diferenciación, aunque cuestionada con la crisis de los paradigmas historiográficos de los años setenta del siglo pasado (Cuesta, 2011), sigue vigente en especial para quienes denuestan la importancia de la memoria en la construcción de la historia contemporánea.…”