Desde sus orígenes, las plantas terrestres vasculares han coexistido con una amplia variedad de bacterias y hongos. Con la aparición de los insectos, de igual forma mantuvieron una estrecha relación con estos, tomando un carácter especial con la llegada de las plantas con flores en el período Cretácico temprano. Los diferentes procesos evolutivos han propiciado el desarrollo de una serie de relaciones interespecíficas, algunas de ellas beneficiosas para ambas partes como pudieran ser los variados mecanismos de polinización por medio de insectos en muchas especies de plantas y al mismo tiempo han surgido otros tipos de interacciones con especies capaces de producir enfermedades serias en las diferentes partes de las plantas. Esta presión de selección, unido a la imposibilidad de defensa que ofrece la locomoción, así como la carencia de un sistema de defensa basado en anticuerpos, han sido las principales responsables de la aparición en las plantas de complejos mecanismos de defensa, muchas veces rápidos y eficaces frente a las especies agresoras y otras veces no. La manifestación de las patologías en las plantas depende de complejas interacciones entre el huésped y el patógeno, lo que es un indicador de su evolución conjunta. De aquí la exquisita regulación de los mecanismos de agresión/defensa y la correspondiente selectividad en el reconocimiento de agentes agresores externos, lo que puede explicar la diferente sensibilidad de distintas especies o incluso diferentes variedades dentro de la misma especie. Desde hace un tiempo a la fecha, los investigadores han mostrado mucho interés en ciertas proteínas sintetizadas por la planta cuando es atacada por un microorganismo patógeno. Dado que aparecen en condiciones patológicas, han sido nombradas proteínas relacionadas con la patogenicidad o PR.