“…De esta forma, hombres y mujeres usarían la agresión física y el control de manera similar, existiendo una alta correlación entre las medidas de victimización y de perpetración, es decir, un alto grado de reciprocidad en el comportamiento agresivo (Bates et al, 2013;Graham-Kevan y Archer, 2008). Incluso, cuentan con evidencia científica que indica que frecuentemente es la mujer quien es más propensa a iniciar la agresión (Archer, 2000;2002;Bates et al, 2013), ejercer violencia doméstica (Machado, Santos, Graham-Kevan y Matos, 2019;Soldino, Romero-Martínez y Moya-Albiol, 2016;Straus, 2011;Straus y Ramírez, 2007), y maltratar a parejas que nunca las han agredido (Straus y Ramírez, 2004). Estos antecedentes indicarían que ambos sexos son igualmente capaces de utilizar estrategias de emparejamiento y control que les permitan el acceso y monopolización de sus parejas (Buss, 2011), aun cuando son los hombres quienes tienen el potencial para generar el mayor daño físico, causando lesiones más graves (Stets y Straus, 1989).…”