“…Las políticas y las prácticas educativas de la última década han adquirido un carácter transnacional en torno a la educación para el desarrollo sostenible (SDSN, 2023), que busca la construcción de una ciudadanía global que promueva la sostenibilidad y la justicia (O'Flaherty y Liddy, 2018), y que está constituida por tres dimensiones: la sociocultural, la económica y la medioambiental (Yarritu, Idoiaga, Axpe y Arriaga, 2024). Dicha educación para el desarrollo sostenible sirve, en primera instancia, para que las personas socialicen y se integren en su comunidad, facilitando la adquisición de conocimientos, destrezas, competencias, actitudes y valores para afrontar situaciones reales y complejas (Vazquez-Marin, Cuadrado y Lopez-Cobo, 2023), y, desde un punto de vista crematístico, dicha educación para el desarrollo sostenible incrementa la eficiencia, la innovación y refuerza el progreso técnico (Fang, Zhang, Xiao, Lin, 2023). Por su parte, la educación artística para el desarrollo se concibe como un proceso que impulsa la inclusión social, el respeto por la diversidad, la educación en valores, la cooperación y el desarrollo integral de la persona (Escaño, Maeso-Broncano y Mañero, 2021), habiendo demostrado aspectos beneficiosos en el desarrollo individual y colectivo de los individuos (Fancourt y Finn, 2019;Sanchez y Blanc, 2023).…”