Se plantea que la elección de una determinada ubicación, la constitución material y la organización interna de los poblados fortificados de la Edad del Hierro en el noroeste peninsular se deben a una cualidad aprehensiva del espacio y no únicamente a necesidades productivas o defensivas. Se aplica una metodología basada en análisis geoespaciales para estudiar los dispositivos defensivos de los castros, tomando el enclave de Baroña como caso de estudio. Los resultados nos llevan a apuntar que la morfología y localización del castro, junto a la poliorcética de su sistema defensivo, responden a la búsqueda por parte de sus habitantes de una percepción de seguridad. Esto se vincularía con una tradición constructiva heredada de un pasado conflictivo previo a la Edad del Hierro.