“…De ahí el horror y la repulsión que experimentamos por partida doble, primero de manera física, sintiendo escalofríos, poniéndonos tensos, quedándonos sin habla incluso, y después y sobre todo de manera moral, porque la violencia ejercida sobre el ser humano por otros seres humanos nos hace abominar de la barbarie y la crueldad a la que somos capaces de llegar con nosotros mismos o nuestros semejantes en un momento dado. He aquí entonces la respuesta a la pregunta que nos hacíamos antes: Sergei Ilnitsky incita al asco porque avivando esa emoción, sobrecogiendo, repeliendo en definitiva, facilita el acceso a ciertas verdades de la existencia; verdades generales como el respeto y la defensa de la vida humana por encima de todas las cosas, pero verdades generales también como la necesidad de hacer valer el orden político democráticamente elegido o de cambiarlo pero siempre por medios legítimos; verdades, al fin y al cabo, de las que normalmente no hablamos ni sobre las que pensamos mucho pero que nos conectan con nuestros iguales, como ha resaltado Iskra Fileva (2014); verdades que nos conciernen a todos, porque se basan en un código o sistema de valores que todos compartimos, y que requieren para ser comunicadas del máximo impacto estético, esto es, de experiencias que nos remuevan por dentro y lleguen a lo más profundo de nosotros mismos 29 . Lo expresa muy bien Korsmeyer cuando, suscribiendo la opinión actual sobre el carácter cognitivista de las emociones, asegura que sólo saboreando el asco, o sólo al contacto con nuestro paladar y la yema de los dedos, llegamos a entender el verdadero alcance del objeto que lo despierta (2011); en nuestro caso, alcance de tipo ético-político.…”