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La renovación historiográfica suscitada en los últimos cincuenta años, gracias a la incuestionable herencia del movimiento de los annales en el campo de la historia, ha representado cambios sustanciales en la consideración de los tipos de fuentes para la investigación histórica, particularmente en los ámbitos arquitectónico y urbano. Las historias del territorio, los lugares, el ambiente y el espacio habitables, tanto arquitectónicos como urbanos y rurales, en relación con el cuerpo, los sexos, las ideas, las teorías, las trayectorias familiares, la tecnología constructiva, las percepciones, los significados, entre otros –y ya no únicamente los autores per se o las obras físicas y sus cualidades formales–, demandan cada vez más diversificar las fuentes de conocimiento de donde abrevan los historiadores para construir sus relatos. Desde luego, este movimiento de renovación no implica desechar las fuentes tradicionales, sino ampliarlas, complementarlas con nuevos tipos, de tal suerte que proporcionen información suficiente para construir un objeto de estudio complejo. Ésta, la complejidad, siempre ha estado instalada en los sistemas de vida, antrópicos y no antrópicos, sólo que hasta ahora, con la epistemología contemporánea –el paradigma de la incertidumbre y los sistemas complejos–, nos ha sido posible entender de modo más completo la naturaleza de la materia y de todas las formas de vida propiciadas por ella. La complejidad siempre estuvo ahí, desde tiempos inmemoriales, pero el desarrollo, recursos e infraestructuras intelectuales y epistemológicas no habían hecho posible descubrirla y entenderla con profundidad, aun cuando algunas de las grandes civilizaciones del pasado, entre ellas la griega y la mesoamericana, habían intuido su lógica. Así con la sociedad, la cultura y los espacios habitables de épocas pretéritas, de las que es posible conocer, de una manera más honda, su armazón y funcionamiento, de por sí complejos, dado que ahora contamos con un herramental más idóneo para comprender, explicar e interpretar el devenir histórico, que siempre ha estado integrado por redes de relaciones y no como simple ocurrencia casuística de acontecimientos aislados y objetivos específicos. En tal contexto, la confección de una idea-programa general formó parte constitutiva de la labor de rastreo, acopio y estudio de diversas fuentes y variados documentos que, en su momento, en el seno del Cuerpo Académico de Estudios Arquitectónico Urbanos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, sugerimos denominar “Recuperación y Elaboración de Fuentes y Documentos para la Historia de la Arquitectura y el Urbanismo de Aguascalientes”, que contemplaba tanto la reedición facsimilar de fuentes de primera mano, como la publicación de investigaciones derivadas de su análisis. En esta última opción se encuadra el presente trabajo, que ha contado con la feliz circunstancia de la localización de una parte significativa del archivo personal de un arquitecto relativamente poco conocido: Samuel Chávez. A finales de la centuria decimonónica, la pequeña pero pujante ciudad de Aguascalientes podía presumir de cierto “provincianismo cultural” no exento de aires cosmopolitas: el progreso –como era entendido entonces– y los beneficios de la “civilización” habían comenzado a asomarse con el paso del primer tren en 1884 y el inicio de la construcción de los Talleres Generales de Reparación en 1897, los más grandes de América Latina en su tiempo; ya desde 1824 y hasta el segundo tercio del siglo, su impulso y encanto relativos habían llamado la atención de algunos extranjeros, unos en calidad de visitantes, como el viajero italiano J. C. Beltrami, otros como residentes definitivos o temporales, como los franceses Cornú y Stiker o el alemán Isidoro Epstein. Con el régimen porfiriano, la otrora villa tuvo que acompasarse con las políticas generales del desarrollo de la sociedad y la economía del momento, así como con algunos de sus horizontes simbólico-ideológicos. No es gratuito que Aguascalientes, con título de ciudad desde 1824 y una población de 34,982 habitantes en 1900 –por tanto, entre las de mayor magnitud–, fuera considerada una de las capitales más importantes del país. Al alcanzar ese estatus, sin duda, contribuyó con una propuesta urbanística, que en muchos sentidos fue pionera en el país: el Plano de las Colonias, proyecto del ingeniero-arquitecto Samuel Chávez Lavista (Aguascalientes, 1867-1929), tras cuya traza existía una visión de ciudad que, por una parte, estaba circunscrita al universo simbólico porfirista, regido por aspectos de higienismo y ornato públicos, y, por la otra, preanunciaba lo que en décadas subsecuentes se transformaría en un sanitarismo social urbano, prístinamente representado por el primo segundo de Samuel, el arquitecto Carlos Contreras Elizondo (1892-1970). Dicha visión reposaba sobre ciertas nociones acerca del cuerpo y su proyección en el espacio urbano, que mantenía este personaje y que luego extendió hacia los campos de las artes del espacio (la arquitectura), el movimiento o energía (la gimnasia rítmica) y el tiempo (la música). El siguiente texto acomete una fracción de la historia urbana y urbanística del Aguascalientes de principios del siglo XX, así como parte de la vida y trayectoria de este arquitecto, quien tuvo un rol destacado tanto en ese proceso como el fomento de la educación artística en México.
La renovación historiográfica suscitada en los últimos cincuenta años, gracias a la incuestionable herencia del movimiento de los annales en el campo de la historia, ha representado cambios sustanciales en la consideración de los tipos de fuentes para la investigación histórica, particularmente en los ámbitos arquitectónico y urbano. Las historias del territorio, los lugares, el ambiente y el espacio habitables, tanto arquitectónicos como urbanos y rurales, en relación con el cuerpo, los sexos, las ideas, las teorías, las trayectorias familiares, la tecnología constructiva, las percepciones, los significados, entre otros –y ya no únicamente los autores per se o las obras físicas y sus cualidades formales–, demandan cada vez más diversificar las fuentes de conocimiento de donde abrevan los historiadores para construir sus relatos. Desde luego, este movimiento de renovación no implica desechar las fuentes tradicionales, sino ampliarlas, complementarlas con nuevos tipos, de tal suerte que proporcionen información suficiente para construir un objeto de estudio complejo. Ésta, la complejidad, siempre ha estado instalada en los sistemas de vida, antrópicos y no antrópicos, sólo que hasta ahora, con la epistemología contemporánea –el paradigma de la incertidumbre y los sistemas complejos–, nos ha sido posible entender de modo más completo la naturaleza de la materia y de todas las formas de vida propiciadas por ella. La complejidad siempre estuvo ahí, desde tiempos inmemoriales, pero el desarrollo, recursos e infraestructuras intelectuales y epistemológicas no habían hecho posible descubrirla y entenderla con profundidad, aun cuando algunas de las grandes civilizaciones del pasado, entre ellas la griega y la mesoamericana, habían intuido su lógica. Así con la sociedad, la cultura y los espacios habitables de épocas pretéritas, de las que es posible conocer, de una manera más honda, su armazón y funcionamiento, de por sí complejos, dado que ahora contamos con un herramental más idóneo para comprender, explicar e interpretar el devenir histórico, que siempre ha estado integrado por redes de relaciones y no como simple ocurrencia casuística de acontecimientos aislados y objetivos específicos. En tal contexto, la confección de una idea-programa general formó parte constitutiva de la labor de rastreo, acopio y estudio de diversas fuentes y variados documentos que, en su momento, en el seno del Cuerpo Académico de Estudios Arquitectónico Urbanos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, sugerimos denominar “Recuperación y Elaboración de Fuentes y Documentos para la Historia de la Arquitectura y el Urbanismo de Aguascalientes”, que contemplaba tanto la reedición facsimilar de fuentes de primera mano, como la publicación de investigaciones derivadas de su análisis. En esta última opción se encuadra el presente trabajo, que ha contado con la feliz circunstancia de la localización de una parte significativa del archivo personal de un arquitecto relativamente poco conocido: Samuel Chávez. A finales de la centuria decimonónica, la pequeña pero pujante ciudad de Aguascalientes podía presumir de cierto “provincianismo cultural” no exento de aires cosmopolitas: el progreso –como era entendido entonces– y los beneficios de la “civilización” habían comenzado a asomarse con el paso del primer tren en 1884 y el inicio de la construcción de los Talleres Generales de Reparación en 1897, los más grandes de América Latina en su tiempo; ya desde 1824 y hasta el segundo tercio del siglo, su impulso y encanto relativos habían llamado la atención de algunos extranjeros, unos en calidad de visitantes, como el viajero italiano J. C. Beltrami, otros como residentes definitivos o temporales, como los franceses Cornú y Stiker o el alemán Isidoro Epstein. Con el régimen porfiriano, la otrora villa tuvo que acompasarse con las políticas generales del desarrollo de la sociedad y la economía del momento, así como con algunos de sus horizontes simbólico-ideológicos. No es gratuito que Aguascalientes, con título de ciudad desde 1824 y una población de 34,982 habitantes en 1900 –por tanto, entre las de mayor magnitud–, fuera considerada una de las capitales más importantes del país. Al alcanzar ese estatus, sin duda, contribuyó con una propuesta urbanística, que en muchos sentidos fue pionera en el país: el Plano de las Colonias, proyecto del ingeniero-arquitecto Samuel Chávez Lavista (Aguascalientes, 1867-1929), tras cuya traza existía una visión de ciudad que, por una parte, estaba circunscrita al universo simbólico porfirista, regido por aspectos de higienismo y ornato públicos, y, por la otra, preanunciaba lo que en décadas subsecuentes se transformaría en un sanitarismo social urbano, prístinamente representado por el primo segundo de Samuel, el arquitecto Carlos Contreras Elizondo (1892-1970). Dicha visión reposaba sobre ciertas nociones acerca del cuerpo y su proyección en el espacio urbano, que mantenía este personaje y que luego extendió hacia los campos de las artes del espacio (la arquitectura), el movimiento o energía (la gimnasia rítmica) y el tiempo (la música). El siguiente texto acomete una fracción de la historia urbana y urbanística del Aguascalientes de principios del siglo XX, así como parte de la vida y trayectoria de este arquitecto, quien tuvo un rol destacado tanto en ese proceso como el fomento de la educación artística en México.
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