“…El tercer eje, "no hay ánimo de salir", el pueblo maya kaqchikel de Sumpango, donde el campo y la agricultura son el centro de la vida cotidiana, la DMT2 impacta no solo su medio de vida sino una dimensión central de la identidad de este pueblo en cuyas expresiones resaltan símbolos como el "azadón" o "el monte" los cuales quedan plasmados en el discurso, "…trabajar con azadón no es fácil, la diabetes baja la fuerza, tiene que trabajar limitado, limitado…"[E11], "…íbamos al monte, con la diabetes pues ya no muy salí, no hay ánimo de salír..." [E4],"…yo sin la naturaleza sin la agricultura me moriría, como uno ahí ha crecido pues, esa es mi vida…"[E10], este apego al entorno natural expresa, reafirma y reproduce de acuerdo con su cosmovisión, su identidad colectiva, fortaleciendo su sentido de pertenencia. Por el contrario, su separación de la naturaleza representa su fragmentación que altera sus mecanismos de interrelación y dependencia (Sánchez-Midence & Victorino-Ramírez, 2012), donde la anomia social se hace presente a través de una apatía al mundo, a la socialización de pertenencia del estar y ser parte de una comunidad, esto limitado por una enfermedad (Arcos-Guzmán & Peña Mena, 2019). Esta esfera emocional configura en gran medida la experiencia del padecimiento de los pacientes maya kaqchikeles, descrita en otros pueblos como los indígenas chiapanecos (Lerin, Juárez, & Reartes, 2015), los tzeltales, los chontales de Tabasco (Cruz-Sánchez & Cruz-Arceo, 2020) y los ikojts de Oaxaca.…”