A nivel global, hemos pasado -sin advertirlo- del homo economicus al Antropoceno. El homo economicus está orientado a la obtención de la máxima ganancia a toda costa (ello, en general, lleva acompañados los procesos de enriquecimiento y empobrecimiento); desconoce la condición humana y condición natural hacia la compasión que todos y cada uno de los seres humanos llevamos dentro. En palabras de Naomi Klein 1 es “el capitalismo contra el clima”. La teoría y práctica económica-humana dominante es la imposición de esta figura productivista, consumista, individualista y excluyente. Incluso, se llega a tal punto de estigmatizar otros comportamientos económicos, políticos, sociales y culturales distintos, al estilo de Toffler, 2 con la radical denominación de “pusilánimes”: descartables o excluidos. Detrás de ello, la vieja noción de la naturaleza como materia prima y también la nueva noción extractivista, han dado lugar a la era del Antropoceno, digamos, manifiesta en una especie humana destructora (auto – destructora) y sin límites. Este no es un juego de los dueños de los bienes de producción, de los dueños de las máquinas; es un juego perverso de los dueños de la naturaleza, de los dueños del mundo. Y cada país genera -a su vez- sus propios dueños y como espejo sus propias crisis. Al Antropoceno institucionalizado le podemos llamar “destrucción creadora”: Schumpeterismo.3