“…En este sentido podemos destacar los trabajos en torno a la construcción de la emoción colectiva y el papel de la identidad en la política (Hogget, 2010) e incluso en la construcción de la vida política en su conjunto (Westen, 2007), la influencia que emociones negativas como miedo o enfado tienen sobre la aparición de actitudes populistas (Rico et al, 2017), el efecto que dichas emociones tienen en el apoyo electoral a los partidos de extrema derecha Marcus et al, 2019), la importancia del factor emocional en la percepción de los líderes políticos y sus actuaciones (Abelson et al, 1982, Masters y Sullivan, 1989, Sullivan y Masters, 1988, Ragsdale, 1991, Masters, 2001, la delimitación de las dimensiones emocionales específicas de cada campaña electoral que influirían en las evaluaciones de los votantes (Yates, 2016), el peso de los componentes emocionales en la construcción de voto a los partidos (Jaráiz et al, 2020a) o incluso la importancia emocional que se encuentra detrás de la movilización política de protesta (Jasper, 2012). También notorios han sido los trabajos que se han realizado en el ámbito de la comunicación política, y más concretamente en el efecto emocional de las redes sociales (Toubiana y Zietsma, 2017) y de los mensajes transmitidos por los partidos y sus candidatos a través de ellas (Stieglitz y Dang-Xuan, 2012, Lin y Utz, 2015, Hasell y Weeks, 2016, Brady et al, 2017, López-López et al, 2020, Jaráiz et al, 2020b, 2020c. Dos elementos se encuentran detrás de la mayoría de los trabajos que hemos mencionado: en primer lugar, la mencionada ruptura de la dicotomía razón y emoción, y la consideración de esta como un elemento fundamental para el análisis político; y segundo, la construcción social de las emociones y, ligada a ella, la importancia del proceso de aprendizaje cognitivo que la vincula.…”