“…También, se han utilizado recubrimientos comestibles (Duan et al, 2011), quitosano (Yang et al, 2014), inhibidores de la acción del etileno como 1-metilciclopropeno (De Long et al, 2003;Chiabrando y Giacalone, 2011), radiación ultravioleta (Perkins-Veazie et al, 2008) e irradiación gamma (Trigo et al, 2006); además, de tratamientos con agua caliente (Fan et al, 2008) y dióxido de cloro (Wu y Kim, 2007). Sin embargo, el anhídrido sulfuroso ha sido el de mayor importancia (Franck et al, 2005), utilizándose en especies como higos (Cantín et al, 2011), manzanas (Chen et al, 2004), pero su uso principal ha sido en uva de mesa para controlar hongos postcosecha (Zoffoli et al, 2009;Cantín et al, 2012), sanitizando la fruta después de la cosecha, donde elimina esporas superficiales y sella o cicatriza heridas frenando el desarrollo de pudriciones durante el almacenaje (Zoffoli, 2002) y mediante generadores con metabisulfito de sodio para evitar que la enfermedad avance durante el almacenaje (Palou et al, 2002;Zutahy et al, 2008), presentando una gran eficacia, no obstante, altas concentraciones por tiempo prolongado han comprometido el sabor, y causado grietas (Zoffoli et al, 2008;2009) y blanqueamiento en los frutos (Crisosto et al, 2002;Gao et al, 2003), además altas temperaturas aceleran el desprendimiento del gas aumentando su concentración (Castillo, 2004). Adicionalmente, se han utilizado embalajes especiales como los constituidos por polímeros biodegradables (Almenar et al, 2008;Siracusa et al, 2008) o bioplásticos (Peelman et al, 2013), destacando entre estos las bolsas de atmósfera modificada (Zagory, 1997), las cuales han permitido extender la vida útil y mantener la calidad de frutas tales como: arándanos (Moggia et al, 2014), cerezas (Wang y Long, 2014), uvas (Martínez-Romero et al, 2003…”