“…Los estudios sobre las afectaciones cerebrales producto del trauma infantil han utilizado instrumentos de registro psicofisiológico para favorecer la identificación de marcadores neurobiológicos (Pando-Orellana, Vera-García & Lecumberri-Salazar, 2013); una de estas técnicas es la electroencefalografía, que resulta ser uno de los procedimientos de apoyo diagnóstico más utilizados por no generar ningún riesgo al paciente (Ramos-Argüelles et al, 2009;Brust-Carmona et al, 2013) y facilita la predictibilidad de las oscilaciones cerebrales que subyacen tras las señales observadas (Fernández et al, 2010). Este instrumento evalúa la superficie craneal para observar los registros de la actividad eléctrica funcional de conjuntos de neuronas (Ramos-Argüelles et al, 2009), permitiendo identificar registros en el cuero cabelludo derivados de potenciales postsinápticos de la actividad sincronizada de las neuronas corticales dispuestas en capas, con sus dendritas apicales perpendiculares a la superficie de la corteza (Treviño & Gutiérrez, 2007) El registro de la actividad eléctrica cortical captada por el EEG se compone de ritmos, que corresponden a ondas que aparecen aisladas o en grupo, diferenciadas por parámetros de frecuencia, distribución topográfica, reactividad, forma, amplitud y duración (Talamillo, 2011). Los tipos de ritmos cerebrales más reconocidos son delta δ (1-3 Hz), theta θ (4-7 Hz), alfa α (8-13 Hz), beta β (14-30 Hz) (Ricardo & Rueda, 2009), gamma γ (>30 Hz) (Mauriera, 2018), y el ritmo Mu, que es un subgrupo del ritmo alfa α (9-11 Hz) (De Bruin, Van del Zwan & Bögels, 2016).…”