En nuestro imaginario occidental la sola alusión al término 'diablo' está cargada de connotaciones negativas vinculadas a la persona del enemigo del Creador, llámesele "Satanás", "el Demonio", "Lucifer" 1 , "el príncipe de las Tinieblas" o las denominaciones de la literatura cristiana primitiva griega como ὁ πονηρός 'el malo' , ὁ δόλιος 'el astuto' (Brotóns, 2015) y varios otros apelativos que ha ido ganando con el pasar del tiempo. La mayoría de estos apelativos con los que conocemos al maligno comienzan a aparecer en las obras literarias y teológicas que se producen a lo largo de la Edad Media y remiten en su mayoría a la tradición judeocristiana-gnóstica (Gutiérrez Martínez, 1998). San Isidoro, por ejemplo, en el siglo VII d.C. en sus Etimologías compila distintos nombres del diablo de fuentes 1 En la temprana Edad Media no era muy recurrente utilizar esta denominación para referirse al demonio porque su significado 'portador de luz' la tradición la utilizaba para referirse a Cristo, ejemplo de esto es el hecho de que San Gregorio Magno evite ocupar esta denominación para referirse al Maligno. Sin embargo, a partir de la Baja Edad Media su uso comenzó a hacerse más habitual llegando a ser un sinónimo de Satanás y un nombre que podía intercambiarse, pues ambos se referían al mismo ser.