En el presente artículo comparo, desde la perspectiva arqueológica, dos modelos utilizados en los estudios paleolingüísticos. Uno está inspirado en la discusión sobre la formación de la familia indoeuropea y tiene carácter difusionista y evolutivo. En el segundo, alimentado por los debates sobre la historia de la familia semita de lenguas, el énfasis radica en los mecanismos de interacción: centro-semiperiferia, lengua franca respecto a lenguas y dialectos locales. Por este medio, llego a la conclusión de que solo el segundo modelo permite describir a plenitud las características del entorno y las causas particulares que condicionaron las transformaciones del mapa de los idiomas en los Andes centrales prehistóricos. La distribución de las lenguas prehispánicas en tiempos coloniales, reconstruida por los lingüistas, debió coincidir, en buen grado, con el mapa de las protolenguas a mediados del primer milenio a.C. (calib.), a juzgar por la impactante estabilidad de las fronteras culturales a las que se sobreponen las hipotéticas fronteras lingüísticas. Nuevas relaciones de parentesco en diferentes ámbitos —y, también, algunas distancias— parecen haberse establecido en dos periodos de inestabilidad: luego del ocaso de Chavín y después del colapso de Huari y de Tiahuanaco. Es probable que tanto el protoquechua como el protoaimara empezaran a tener el papel de lenguas generales para Huari y para Tiahuanaco, respectivamente, a partir del Horizonte Medio. La excepcional difusión de ambos idiomas se puede atribuir a esta función.