La inducción de neoplasias secundarias al tratamiento quimioterápico y radioterápico es una complicación infrecuente pero grave del tratamiento oncológico. Dentro de estas, desde hace más de 40 años, se conocen como entidades clínicas bien diferenciadas los síndromes mielodisplásicos (SMD) y las leucemias agudas mieloides (LAM) secundarias, asociadas tradicionalmente al uso de agentes alquilantes. Se observan con más frecuencia en los supervivientes a largo plazo de la enfermedad de Hodgkin y de los linfomas no hodgkinianos (1). A su vez, en los últimos años, se ha demostrado la existencia de otro subtipo de leucemia aguda secundaria, descrita originaria-mente en niños con leucemia aguda linfoblástica (LAL) que se trataron con epipodofilotoxinas, no precedida habitualmente de SMD y de características clínicas, biológicas y citogenéticas diferentes a la LAM secundaria "clásica" (2,3). En ambos casos se postula que el mecanismo de leucemogénesis está asociado al daño del ADN de las células hematopoyéticas de la médula ósea por dichos agentes quimioterápicos. A pesar de las diferencias entre ambos subtipos, el pronóstico es uniformemente desfavorable y la única terapia curativa en la actualidad es el trasplante alogénico de médula ósea, con tasas de curación a los 5 años del 25-30% (4,5). La importancia de estas LAM secundarias es probable que vaya en aumento en los próximos años debido al uso cada vez 43