“…Estas explicaciones, también denominadas sisté-micas, se centran en la demanda y analizan el impacto que tienen sobre la cantidad de representantes femeninas los sistemas electorales, la magnitud de los distritos, la composición del liderazgo partidista, el tipo de régimen democrático (presidencialista o parlamentario), el número de partidos o el grado de centralización del Estado (Paxton, Kunovich y Hughes, 2007; Galligan y Tremblay, 2005; Schwindt-Bayer y Mishler, 2005; Vengroff, Nyiri y Fugiero, 2003;Reynolds, 1999;Matland, 1998;Paxton, 1997 Kunovich, 2003;Uriarte, 1999;Rule, 1987;Welch, 2008). Se podría interpretar que estas teorías «echan la culpa» de la pobre composición por género del legislativo a las propias mujeres, ya que, si estas tienen un perfi l educativo inferior al de los hombres, si sus profesiones son diferentes, si su acceso al mercado laboral es insufi ciente, y si su interés político es menor que el de los hombres, existe entonces un desajuste entre géneros y son ellas las que deben reducirlo con el objetivo de facilitar su acceso a los parlamentos.Las explicaciones culturales recogen elementos diversos como la religión, el grado de patriarcado en las sociedades, el arraigo de la división de papeles por géneros, el nivel de igualitarismo entre los mismos o las actitudes hacia las mujeres en la política (Norris e Inglehart, 2001;Ruedin, 2012). Estas explicaciones, que supuestamente «echan la culpa» de la infrarrepresentación femenina a la sociedad y a sus valores retrógrados, no conforman un bloque aparte y pueden integrarse dentro de las de demanda y oferta: en el primer caso, las instituciones y reglas del juego político que difi cultan el acceso de las mujeres a la política refl ejarían los acendrados prejuicios sociales de género, mientras que, en el segundo, serían las propias mujeres las que se autocensurarían como candidatas en sociedades que recelan de su visibilidad pública.…”