“…Pueden experimentar un profundo grado de perturbación en sus vidas después de la pérdida, incluyendo la salida de su hogar y la pérdida de posesiones, seguridad, rutina y familiaridad y, posiblemente, todo ello acontecido en un breve lapso (Cochrane, 1995). Además, a todo esto suele sumarse la falta de preparación para el proceso de duelo debida a la ocultación del deceso por otros con afán de proteger a la persona con DI, así como su exclusión o inclusión limitada en los rituales que rodean la muerte como, por ejemplo, el funeral, lo que puede complicar el trauma (Forrester-Jones, 2013). Las investigaciones de Hollins y Esterhuyzen (1997) sugieren que solo el 54% de las personas con DI asistía a los funerales de sus padres y, aunque la situación actual pueda ser más halagüeña, todavía encontramos muchas personas con DI cuyo duelo, sufrimiento y soledad pasan en gran medida desapercibidos (Blackman, 2008).…”