“…Así, en unos casos se ha instruido a los participantes en que simularan en general, en tanto en otros se han contextualizado; por ejemplo, en depresión (Bagby, Nicholson, Buis, y Bacchiochi, 2000), en trastorno ansioso-depresivo (Kopf, Galic, y Matesic, 2016), en síndrome de estrés postraumático (Elhai et al, 2004), en dolor crónico (Bianchini, Etherton, Greve, Heinly, y Meyers, 2008) o en esquizofrenia (Poggioli, 2000). Además, los diseños son de simulación, con resultados diferentes a los de grupos conocidos o estudios de campo (Fariña et al, 1994), y generalmente con una población de estudiantes, con unas características de respuesta diferente a la población general (Guriel y Fremouw, 2003;Rogers et al, 2019). Por todo ello, la futura literatura ha de estandarizar las instrucciones a los participantes de modo que sean comprensibles, que sean específicas y contextualizadas (qué se les pide que simulen), que informen que se está evaluando la simulación y que no se les instruya en la simulación, pero que se les solicite que se autoentrenen, se muestren creíbles y se impliquen en la tarea como si fuera real.…”