El artículo muestra, a partir de un acercamiento etnográfico, cómo en el distrito de Aguablanca (Cali, Colombia) se manifiestan, simultáneamente, las nociones de presencia y ausencia del Estado, lo cual, en un contexto de violencia urbana, dificulta el reconocimiento de los efectos de sus acciones y omisiones. Al mismo tiempo, se muestra cómo las lecturas sobre la violencia que tienen como propósito generar alternativas para mitigar este flagelo dan paso a la confrontación de los imaginarios de comunidades de zonas marginadas, zonas de élite y el Estado. Aquí emergen prácticas y discursos de señalización que asignan a las comunidades negras y al distrito de Aguablanca identidades violentas, que sirven para mostrarlos como los responsables de que Cali sea una de las ciudades más violentas del mundo, lo que a su vez favorece la ejecución de prácticas de segregación racial y territorial, y acciones estatales y paraestatales que reproducen violencia.