Two stages of the creative writing process were characterized through mobile scalp electroencephalography (EEG) in a 16-week creative writing workshop. Portable dry EEG systems (four channels: TP09, AF07, AF08, TP10) with synchronized head acceleration, video recordings, and journal entries, recorded mobile brain-body activity of Spanish heritage students. Each student's brain-body activity was recorded as they experienced spaces in Houston, Texas (“Preparation” stage), and while they worked on their creative texts (“Generation” stage). We used Generalized Partial Directed Coherence (gPDC) to compare the functional connectivity among both stages. There was a trend of higher gPDC in the Preparation stage from right temporo-parietal (TP10) to left anterior-frontal (AF07) brain scalp areas within 1–50 Hz, not reaching statistical significance. The opposite directionality was found for the Generation stage, with statistical significant differences (p < 0.05) restricted to the delta band (1–4 Hz). There was statistically higher gPDC observed for the inter-hemispheric connections AF07–AF08 in the delta and theta bands (1–8 Hz), and AF08 to TP09 in the alpha and beta (8–30 Hz) bands. The left anterior-frontal (AF07) recordings showed higher power localized to the gamma band (32–50 Hz) for the Generation stage. An ancillary analysis of Sample Entropy did not show significant difference. The information transfer from anterior-frontal to temporal-parietal areas of the scalp may reflect multisensory interpretation during the Preparation stage, while brain signals originating at temporal-parietal toward frontal locations during the Generation stage may reflect the final decision making process to translate the multisensory experience into a creative text.
A inicios de marzo del 2020, apenas unos días después de que cundiera la alerta que provocó el primer anuncio de la presencia del virus COVID-19 en Texas, condujimos hasta la frontera para llevar a mi madre de regreso a México. Preparamos todo con calma, como si se tratara de otro viaje más, pero íbamos serios en el camino, observando el paisaje del valle con ojos pasmados. De reojo, mientras capturaba algunos gestos de mi madre en el espejo retrovisor, me preguntaba cuántas veces no habíamos recorrido ya esta carretera y si lo volveríamos a hacer en alguna otra ocasión en el futuro. Juntas. ¿Sería ésta nuestra última vez? El primer viaje que mi madre hizo unos 50 años atrás había seguido la misma ruta, pero al revés: de Brownsville a Houston, en tren. De repente, esa muchacha joven, de extraordinarios ojos grandes y cejas tupidas, se detenía en el reflejo a medias curiosa, a medias fastidiada por las horas en el camino. ¿Ya vamos a llegar? A su lado venía su hermana Santos, platicando sin cesar, tomándole la mano de cuando en cuando. Ahí, en el asiento de atrás, cuchicheando entre risas como si fueran adolescentes, juntaban unos 160 años de experiencia entre las dos. Te acuerdas de. Érase que se era. Fíjate que. El calor apretaba el tallo de los árboles y caía, pesado, sobre los matorrales. El calor diluía el color de los autos y producía esa sensación de espejismo hacia el final de la carretera. Todavía no era ni primavera y ya se cernía esa luz densa, llena de humedad, sobre la planicie. El verde de los matorrales y el verde de los mezquites se confundía con el verde de los zacates. En lo alto, un azul celeste borraba todo lo demás. Nos detuvimos en Refugio para poner gasolina y comer algo y ahí, al consultar el GPS, siguiendo el recorrido de la carretera 69E hacia el sur, reconocí el nombre: en unas dos horas y media pasaríamos a un lado de Raymondville. ¿Te acuerdas?, le pregunté a Saúl mostrándole la pantalla del teléfono. Quedamos de parar por ahí alguna vez, añadí. Deberíamos hacerlo, dijo sin chistar. Deberíamos, nos contestó el viento que combaba las palmeras del camino.Estábamos entrando ya en la vereda tropical texana, la punta del sur del estado que incluye unos 20 condados y colinda, al sur, con la frontera y, al este, con el golfo de México. La vegetación se volvió un poco más exuberante de súbito. Un verde más pálido, un poco más brillante también, emanaba de hojas grandes que alcanzaban a producir sombra a los costados del camino. Nada en lo que veíamos, sin embargo, hacía presentir lo que había existido antes. O lo que todavía estaba aquí, oculto bajo capas de tiempo. Apenas unos cuantos siglos atrás, cuando iniciaron las primeras exploraciones del área un poco después de la conquista, esta zona tropical hecha de una infinidad de microclimas estuvo cubierta por un denso bosque ribereño. Árboles de distintas alturas, enredaderas muy tupidas y espesos arbustos espinosos habían cercado los pantanos que anunciaban el agua. Boscajes de palmas. Matorrales. Entre más avanzábamos, más se dejaba sentir e...
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