A través de la historia, el ciclo menstrual ha sido un fenómeno mal conocido y considerado como factor debilitador y limitador de la actividad femenina. En relación a los trastornos asociados a la menstruación se han mantenido posturas contradictorias. Así, algunos sectores profesionales y científicos han desestimado su ocurrencia, considerando que las molestias y los dolores son consustanciales a la menstruación y no constituyen un trastorno específico. En cambios, otros han sostenido que la menstruación genera sistemáticamente trastornos, malestares y disminución del rendimiento, llevando incluso al abandono de las tareas habituales, en todas las mujeres y en todos los casos.
Este trabajo forma parte de una investigación más amplia, realizada, por una parte, con población universitaria y, por otra, con población general, para conocer la vivencia y sintomatología asociada al ciclo menstrual en mujeres de nuestro entorno.
Los resultados obtenidos indican que entre un 10–15% de las mujeres entrevistadas presentan cambios relacionados con su menstruación de suficiente magnitud y/o impacto como para hablar de la existencia de patología o incapacitación. En el resto de los casos, o no se detectan cambios o éstos son mínimos y no repercuten sobre la vida de las mujeres. Así pues, estos resultados confirman que, aunque algunas mujeres padecen trastornos relacionados con la menstruación, para la mayoría la menstruación no es un trastorno, si no un suceso natural que no interfiere en sus vidas. Consecuentemente, la ocurrencia de la menstruación ni puede ni debe ser empleada para argumentar una supuesta debilidad física o emocional de las mujeres.
La violencia contra las mujeres en la pareja constituye un problema social y sanitario de primera magnitud, tal y como remarcan las principales autoridades sanitarias mundiales y nacionales. Por ello, en las últimas décadas este problema se ha incorporado, no sólo a las legislaciones de multitud de países, sino también a la agenda política con diferentes medidas e iniciativas destinadas tanto a la protección de quienes la padecen (las mujeres y sus hijos e hijas) como a la prevención (primaria, secundaria y terciaria) de su ocurrencia futura. Sin embargo, y a pesar de ello, los mitos y las creencias erróneas sobre esta violencia, sobre sus características y sus causas, aún se hallan fuertemente arraigados en muchos segmentos sociales y es, por tanto, necesario, seguir trabajando hasta lograr su erradicación. A modo de ejemplo, y con objeto de sustentar empíricamente esta afirmación, se presenta un estudio, realizado sobre una muestra de conveniencia constituida por 423 personas, que confirma la hipótesis de que, más allá del sexo, la edad o la formación, este tipo de creencias se mantienen y, por tanto, es necesario seguir trabajando en este sentido.
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