El barroco, sistema cultural que fue considerado durante mucho tiempo como un arte decadente. Componente constitutivo de la realidad histórica latinoamericana, es una variante integrante de la idiosincrasia y de la identidad, conocerlo y comprenderlo es, sin duda, un pasaje obligado para mejor conocernos. El barroco en materia religiosa es fundamentalmente un instrumento para la propagación y la articulación de la fe y para –al mismo tiempo- construir y normar una nueva fe. En el nivel civil, la situación es más compleja: está por una parte el sector oficial de las ‘instituciones’: rol del rey o de sus representantes, de los ‘notables’ representantes de dicho poder real, los organismos públicos (capitanía general, audiencia, municipalidades, etc.). Para estas instituciones, el barroco desempeña una doble función: en la representación y la afirmación de la potencia pública. Finalmente, en privado, el barroco es pensado desde una cierta sacralidad y jerarquía.
El barroco, época en la que el absolutismo cohabita con el siglo de las Luces, es considerado como el último gran estilo europeo. El teatro, el ceremonial y las fiestas de la corte no son únicamente la expresión de la vitalidad del barroco, se presentan también como una forma muy elaborada de dominación de masas. Se trataba de “disciplinar a las instituciones” y para ellos se necesitaban reclutar nuevos actores. Se trataba de reunir y unificar las fuerzas implicadas en la batalla. Y fue el Concilio de Trento que asumió este rol. A nivel de lo local las Cofradías y Hermandades se encargaron de controlar la mano de obra y la fuerza de trabajo. En Concilio de Trento se refuerza la concepción clerical y jerárquica de la sociedad asignando al clero un rol de vigilancia.
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