En este artículo me propongo presentar, a partir de mi trabajo de campo en la Costa Chica de Oaxaca, México, el modo en que la frase cómo hacerle sin un hombre, constantemente repetida por las mujeres en esta zona constituye una forma de dominación simbólica. Ciertas mujeres han roto con esta creencia interiorizada, demostrando que sí es posible salir adelante sin un hombre y muchas veces gozando de mayor autonomía y control sobre sus cuerpos, economías y vidas. Este es el caso de las dueñas de cantinas, mujeres solas, que han hecho su lucha saliendo adelante como jefas de familia.
El proceso de ser hombre o mujer está inmerso en una trama, una red de relaciones, representaciones, discursos, prácticas, poderes, dominios, siempre atravesados por tiempo y espacio (diferenciados genéricamente). En este trabajo la construcción de género se sustenta y mantiene gracias a la relación que se da entre la «acción-discurso» y la «acción-práctica» Una acción discursiva que crea una «norma» de ser mujer, de comportarse, una «norma» que dispone cómo y cuándo deben ocuparse los espacios, en qué, cómo y dónde deben trabajar las mujeres y sobre todo cómo deben ser sus relaciones con los hombres. Y una acción práctica que por un lado mantiene esa «norma», y por otro la contradice constantemente, dejando huecos y grietas por los que algunas de estas mujeres se introducen, creando estrategias improvisadas de escape sobre los símbolos culturales más estáticos y férreos que mantienen las normas y los modelos. Lo que me propongo analizar en este artículo es cómo las mujeres «morenas» de la Costa Chica de Oaxaca, México, constituyen estrategias (conscientes e inconscientes) de escape de los mecanismos de normativización y control impuestos por las prácticas patriarcales que se ejercen en esta zona, siendo una de estas el establecimiento de relaciones «a-normales» dentro de las que se incluyen las «no-relaciones» con los hombres.
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