El Perú colonial formaba parte del más vasto imperio europeo de la modernidad temprana, el Imperio español. La Corona española agrupó a sus posesiones del nuevo mundo en dos grandes virreinatos, los de Nueva España (México) y del Perú. Casi la totalidad de las posesiones españolas de Sudamérica (a excepción de la actual Venezuela) dependían del Virreinato del Perú. Será recién en el transcurso del siglo XVIII, como consecuencia de las reformas impulsadas por la dinastía borbónica, que se desmembrará esa unidad administrativa con la conformación de los virreinatos de Nueva Granada (establecido inicialmente en 1717, suprimido en 1724 y reestablecido de modo definitivo en 1739) y del Río de la Plata (creado en 1776). La capital del Virreinato del Perú, la Ciudad de los Reyes de Lima, gozará de una posición privilegiada desde el punto de vista comercial a lo largo de los siglos XVI, XVII y gran parte del XVIII. En torno a la figura del virrey se constituirá en Lima una auténtica corte, cuya vocación por el boato y la pompa la tornará en uno de los escenarios privilegiados para el florecimiento de la actividad letrada